domingo, 16 de abril de 2023

EL AÑO DESPUÉS DEL CONCURSO DE CANTE JONDO (MARZO)

 

Fotografía aérea de la Alhambra de Torres Molina hacia 1922. En ella se puede apreciar el estado de la vegetación y los grandes espacios, apuntalados y en ruina, en los que se encontraba el palacio justo cuanto se produce el cese de Modesto Cendoya.(Archivo Histórico Municipal)

Durante el mes de marzo continuó la polémica por la destitución de Cendoya e incluso comenzaron a aparecer en el diario El Defensor una serie de artículos, firmados por el propio Modesto Cendoya, con el título “Algo sobre la Alhambra”. En estos artículos hacía frente a algunas de las críticas que sobre él se habían vertido, tales como el abandono de los palacios y el bosque, en pos de un trabajo excesivo en el campo arqueológico. Hasta diez artículos publicará Cendoya en el mes de marzo y en ellos trató el tema de las evacuaciones de aguas y su progresiva labor destructora en las murallas y otros espacios como la sala de los Reyes; el mal estado del bosque y la necesidad de saneamiento del mismo. De cómo comenzó a buscar los caminos y accesos originales a la fortaleza y cómo trazó nuevos accesos para vehículos, para lo que tuvo que talar árboles junto a la Puerta de la Justicia en un intento de regular el tráfico rodado que, con anterioridad, llegaba hasta la propia plaza de los aljibes. Y, por último, el enfrentamiento entre la naturaleza arbórea y la conservación arqueológica y monumental de la Alhambra. Son todos estos los temas más criticados sobre su labor en la Alhambra, pero uno de estos artículos, el publicado el día 14 de marzo es en el que hace una singular clasificación sobre los libros que hay editados sobre la Alhambra y la necesidad de generar otra literatura al respecto, contando esta curiosa historia:


Retrato publicado en La Esfera en 1924
Vuelvo a mi libro, diciendo que yo había soñado con uno que no fuera precisamente una guía, sino un libro de imaginación que pintara con vivos colores el monumento y diera la visión de él en tiempo de los árabes. Repasando en mi memoria los nombres de nuestros más eminentes escritores, me fijé, naturalmente, en Blasco Ibáñez, que por su fuerza de imaginación, temperamento artístico y rica paleta literaria, le ha valido tantos triunfos y que por su facilidad en dar la impresión de lo que ve, ha hecho que alguien le haya llamado el Sorolla de la Literatura, me pareció el más adecuado. Esto llegó a ser en mi una idea fija y tuve la suerte de que (creo fue en el verano de 1916) don Francisco Giner de los Ríos me lo recomendara por carta, como próximo visitante de la Alhambra, con el objeto principal de impresionar una película. En efecto tuve la satisfacción de saludarle la misma noche de su llegada, y tomando café en la terraza del Royal en unión de los dos protagonistas de la película Sangre y Arena y de un íntimo amigo suyo, le declaré mi pensamiento, que fue verdaderamente atrevido, y que acogió sin decir palabra, quedando algo abstraído. A la mañana siguiente, el amigo de Blasco Ibáñez me contestó al preguntarle si había descansado, que sí, pero que don Vicente no, pues le había quitado el sueño lo que le había dicho. Desde luego, interpreté ese detalle favorablemente a mis propósitos, y el mismo Blasco Ibáñez me dijo también que no había dormido pensando en la novela y que se hallaba decidido a escribirla; es más, que ya la tenía planeada. -¿Alguna novela histórica? –le dije. –No, una novela moderna, completamente moderna, claro, que con sus evocaciones históricas, -Bueno, pues, como llegado el caso, tendrá usted que impregnarse algo del monumento, creo que el ministro me autorizará a que los turistas costeen la estancia de usted en uno de los hoteles de la Alhambra. –Y ¿Cuánto tiempo necesita usted vivir en la Alhambra? –Con unos quince días me basta. –Pues le son necesarios para hacer cargo de la Alhambra y no le sobra. –No necesito para conocer el monumento más que tres o cuatro paseos con usted, que tan bien la describe sin saberlo. Soy hombre de impresiones: lo que no veo el primer día no lo veo jamás. Tres días de estancia en Toledo me fueron suficientes para escribir La Catedral. -¿De modo, que quince días? –Si, señor, porque además del monumento tengo que estudiar este pequeño mundo que vive alrededor de él. Estudiaré al turista, al chamarilero, al guía; a usted, no, porque lo conozco y es usted novelable, así como su amigo Flores; por eso tengo que venir en la primavera que es la época de mayor concurrencia.

Algo más hablamos y entre otras cosas me dijo que no podía venir hasta que se acabara la guerra, y se marchó a los dos días. Decir el número de veces que me he acordado de esta conversación, me sería imposible y de las esperanzas y desmayos, consecuencia de ella, también. Solo puedo asegurar, que el triunfo de nuestro literato con motivo de su libro “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” me llenó de alegría, por el amigo, pero me apenó por la Alhambra que veía ya olvidada o a punto de serlo por el gran literato, rico, triunfador y en plena apoteosis.

Ya iba perdiendo las esperanzas, cuando en uno de sus últimos libros vi anunciado, entre otros, uno, con el título de “La Colina Roja”; el recuerdo de la Alhambra había triunfado. Nada más me toca decir. Si en todo el tiempo el libro de Blasco Ibáñez era necesario para  la Alhambra, en la actualidad y con el renombre de este autor universalmente leído, el resultado será sorprendente. ¿Quién al leer su libro no soñará con ver la Alhambra? ¿Quién después de vista no la querrá ver resucitada con su lectura?


Y, mientras Modesto Cendoya hacía estas disquisiciones e intentaba justificar su labor al frente de la Alhambra, la sociedad granadina se preguntaba qué solución se le iba a dar al cese del arquitecto conservador, pues no se veía en el horizonte el nombramiento de uno nuevo. Así, el 18 de marzo aparece un artículo titulado “Esperando soluciones” en el que se reclama el nombramiento de un técnico para hacerse cargo de las obras: “Venga pronto esa solución, entendiéndose que para ser favorable y justa, debe responder al sentir de la opinión granadina”. La solución vendría el 20 de marzo, pero no se publicaría en Granada hasta el día 22, en el diario La Publicidad, en el que se dio cuenta del nombramiento de Leopoldo Torres Balbás “que no hace todavía un mes estuvo en Granada, con motivo del traslado al panteón de familia de los restos de su tío, el catedrático que fue de esta Universidad don Manuel Torres Campos, con ocasión de cuya muerte hubo de venir también”. La Publicidad hizo una amplia reseña de la trayectoria profesional del joven arquitecto y terminaba citando el artículo “Las murallas que caen” de 1921, en las que Torres Balbás ya se había aproximado a Granada a través de la desaparecida Puerta de Bib-rambla. Lo curioso es que, quien había seguido la brillante trayectoria investigadora y teórica del nuevo arquitecto de la Alhambra desde 1919, había sido Francisco de Paula Valladar a través de su revista del mismo nombre.

 

Imagen publicada por Torres Balbás en su artículo sobre "Las murallas que caen" de 1921.

Publicada en Granada Gráfica del mes de abril


Entre tanto, la ciudad seguía su devenir y era lógico pensar en la Semana Santa que cerraba el mes de marzo, pero también en los preparativos del Corpus que se venían encima, y en este sentido se hace público el avance del programa musical que va a estar centrado en un Primer Festival de Música Española, eco de aquel programa que no se llegó a realizar el año anterior, precisamente por la realización con Concurso de Cante Jondo. Esto era una primera aproximación en la que se ponía en escena, junto a otras dos óperas, La vida breve de Manuel de Falla. En los próximos meses veremos si es posible esta programación. En este mes de marzo, también, se discuten y aprueban los presupuestos municipales tan raquíticos como los anteriores y no sin antes haber un duro enfrentamiento entre algunos concejales que veían la necesidad de incrementar la partida de jardines, mientras que otros pensaban que primero había que pavimentar las calles. Pero si algo se iba perfilando en el horizonte era el peso que empezaba a tomar el deporte, especialmente el futbol y los enfrentamientos regionales que protagonizaba el Real España de Granada.

Granada Gráfica, abril de 1923.


La Comisión de monumentos, por su parte, se reunía y mostraba su preocupación por los retrasos en la adquisición del Corral del Carbón, aleaba al Estado para que terminara de comprar el Bañuelo, nombraba una comisión para el homenaje al Padre Manjón (que como ya vimos él mismo no veía oportuno) y se hacían cargo de la necesidad de continuar con las excavaciones de Monachil (Cerro de los Infantes) y Gabia (Criptopórtico romano), especialmente esta última que se encontraba totalmente abandonada y con serio riesgo de deterioro de los restos encontrados.


También se produjeron visitas importantes como la del General Echagüe que junto al ingeniero Luis Dávila visitaría el aeródromo de Armilla para inspeccionar las obras de ampliación y preparar la llegada de los reyes el mes siguiente. Pero sin duda, la preocupación más importante que se trasladaría al mes de abril debió ser la toma de posesión del nuevo arquitecto conservador de la Alhambra.


Los músicos de la primera audición del El retablo de maese Pedro. Archivo Manuel de Falla, publicado en el tríptico del centenario.



Paralelamente y sin generar ningún ruido en Granada, se producía un hecho fundamental para la historia de la música granadina, nacional y mundial. En Sevilla, el 23 de marzo se estrenaba en versión concierto El retablo de maese Pedro de Manuel de Falla. Lo hacía el embrión de la Orquesta Bética de Sevilla organizada a instancias de Manuel de Falla en colaboración con Eduardo Torres y el violonchelista granadino Segismundo Romero. La obra había sido compuesta en Granada y se estrenaría en su versión escénica en el teatro del palacio de la Princesa de Polignac en París el 5 de junio. Pero de eso ya hablaremos en su momento. En este instante, solamente los periódicos sevillanos se harán eco del hecho. 


José Vallejo Prieto

 

EL AÑO DESPUÉS DEL CONCURSO DE CANTE JONDO (MARZO)

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