TORRES BALBÁS Y EL AGUA DE GRANADA
Si hay algo que durante mucho tiempo caracterizó la imagen de Granada, más allá de los palacios nazaríes, es sin duda la presencia del agua por sus casas y sus calles. Sierra Nevada siempre representó el principal aljibe de la ciudad y de sus tierras, y la domesticación de esos veneros cristalinos por parte del hombre, dio la posibilidad de que el agua tomara un protagonismo esencial en forma de acequias, abrevaderos, baños, albercas, cisternas, fuentes públicas o privadas y, por supuesto, pilares en las calles y en los coquetos patios de todos los barrios históricos de la ciudad.
Tal es así, que no pocas veces se ha cantado el agua de Granada por poetas y escritores desde época árabe hasta la actualidad, siendo quizás el más sencillo y brillante ejemplo inspirador, el de la escalera del agua del Generalife, donde el asidero de sus muros se convierte en arroyo dispuesto al lavatorio de las manos de quien asciende por ellas y que sirvió a Juan Ramón Jiménez para su poema Generalife de 1924.
Granada, que sorprendía al visitante con esa abundancia de sonido y frescor en las tardes-noches de los tórridos veranos, debió impregnar esas sensaciones en la personalidad de Torres Balbás, que llegó a Granada en abril de 1923, como arquitecto conservador de la Alhambra. Observador inteligente como era, publicaba en septiembre de ese mismo año, en la revista Arquitectura, un demoledor ensayo titulado Granada, la ciudad que desaparece. Este texto se hace eco de la reciente demolición de un magnífico palacio en la calle Santa Escolástica del siguiente modo: “Un antiguo edificio de Granada está derribándose actualmente. Su desaparición ha dado lugar a pocos lamentos y a muy escasas protestas. Sin embargo, con el viejo caserón con honores de palacio venido a menos, albergue últimamente de gente modesta, ha desaparecido una parte más del espíritu de esta vieja ciudad, cuyos habitantes parecen empeñarse desde hace un siglo en borrar rápidamente todos los recuerdos de su historia.” A lo largo del artículo, Torres Balbás hace mención de un buen grupo de edificios desaparecidos durante el la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, en donde cabe destacar toda la operación urbanística de la apertura de la Gran Vía. Esto demuestra dos cosas importantes en el pensamiento y ética del arquitecto: por una parte, su preocupación por la pérdida de patrimonio y, por otra, la necesidad de documentar lo mejor posible el elemento en riesgo, a fin de que al menos quede memoria de su composición y elementos artísticos.
Pero, volviendo al agua, creo que es el momento de hacer referencia a una experiencia que debió vivir el arquitecto, al igual que la vivió unos años antes el hispanista y musicólogo inglés John Brand Trend (1887-1958), gran amigo de Manuel de Falla, al que conoció en Granada y con el que realizó la visita que cuenta en su libro Un cuadro de la España Moderna. En él, describe magistralmente el ambiente del agua doméstica en una casita de la Alhambra:
“Una tarde el señor Falla me llevó a una casa junto a la Alhambra. En el patio, el pilar había sido ahogado con una toalla, pero no silenciado totalmente; se oía un ligero murmullo de agua que corría a la alberca. Don Ángel Barrios, que es compositor en parte de la encantadora ópera goyesca El Avapiés, estaba sentado sin cuello! con toda comodidad, con la guitarra sobre sus rodillas. La había afinado de modo que, en cierta extraña manera, armonizaba con el agua que corría y estaba improvisando con sorprendente invención y variedad.” (RODRIGO, Antonina).
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| Patio de la taberna del Polinario en el primer cuarto del siglo XX. |
Es una hermosa descripción de una tarde-noche granadina en la parte íntima de la taberna del Polinario, en donde el arrullo del agua es necesario para todo, para dormitar, para leer o, como en este caso, para hacer música que se integra en el paisaje creando un ¡Auténtico paisaje sonoro!
Torres Balbás seguro que disfrutó alguna noche de buen cante y toque en ese patio y en los cármenes granadinos, entre ellos el de Falla, dónde también existían humildes fuentes y arriates, pero al mismo tiempo también debió ver cómo, poco a poco, iban desapareciendo estos elementos, unas veces con la demolición de los edificios y en otras ocasiones, con la venta del elemento a algún acaudalado con gusto, que lo compraría in situ o en el anticuario correspondiente.
La paulatina desaparición de estos elementos funcionales y decorativos, debió ser el punto de inspiración para que desde el Ateneo Científico y Literario, fundado en 1925 por un grupo de jóvenes disidentes del Centro Artístico –aunque no entraría en pleno funcionamiento hasta un año después– y que en 1927 vería uno de sus grandes años de actividades, entre las cuales, bajo el epígrafe Concurso de fuentes y pilares granadinos, se anunciaba en El Defensor de Granada del 15 de enero de ese año, la siguiente noticia:
La Junta de Gobierno del Ateneo, por iniciativa del socio fundador don Leopoldo Torres Balbás, arquitecto de la Alhambra, ha aprobado el siguiente proyecto, y anuncia la siguiente convocatoria:
Los patios de las viviendas de Granada tenían antaño su fuente o pilar, desde los más humildes del Albaicín y los barrios populares, hasta los de hidalgos de los barrios llanos de las parroquias de la Magdalena y de Santa Escolástica. No solamente cantaba el agua en todos los patios granadinos; en las calles, en las plazas, por todas partes, fuentes y pilares animaban con su murmullo incesante la ciudad. Era Granada la ciudad del agua. De los palacios y jardines musulmanes, este culto, este amor por el agua fue casi la única tradición transmitida a la ciudad cristiana.
En los últimos años ha ido desapareciendo. Derríbanse las casas antiguas y se venden o destruyen los pilares de sus patios. Hoy el agua va oculta, sin que su murmullo nos invite al ensueño, ni su fluir continuo nos haga pensar en la eternidad de la naturaleza y en lo breve de nuestro paso por ella. Gran cantidad de fuentes y pilares han pasado por las manos liquidadoras de chamarileros y anticuarios, camino de otras tierras en las que, lejos del lugar para el que fueron creados, perderán el perfume más sutil que en nuestra ciudad tenían. Ya que no podemos [de] tener su éxodo, conservemos por lo menos su recuerdo. Y nada mejor para ello que convocar un concurso de dibujos y fotografías de fuente y pilares granadinos. Tal vez en día no lejano pueda con ellos publicarse un álbum que sea la iniciación de un resurgir del culto al agua y a las fuentes en Granada.” (EL DEFENSOR 15-01-1922)
A continuación se publicaban las bases del concurso que juzgaban el valor documental de dibujos o fotografías de cualquiera de estos elementos, antiguos o nuevos, y que se dotaba con unos importantes premios de 500 y 250 pesetas. Firmaban las bases el presidente del Ateneo, D. José Palanco Romero y el Presidente de la Sección de Artes Plásticas, D. José María Rodríguez Acosta.
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| Pilar granadino situado en el jardín del Museo Sorolla en Madrid. |
La cuestión es que no sabemos si el concurso llegó a realizarse o si se declaró desierto, algo que permitían las bases, porque tampoco sabemos si se entendió correctamente que no se valorarían los méritos plásticos sino los documentales. Desgraciadamente, la prensa de la época, por otra parte muy atenta a las manifestaciones culturales del Ateneo, del Centro Artístico y de otras sociedades de las que hablaremos en nuevas entradas, no vuelven a decirnos nada más sobre la cuestión.
No pasa lo mismo con Leopoldo Torres Balbás, pues en diciembre de 1929, publica nuevamente en la revista Arquitectura un extenso artículo titulado Las fuentes de Granada, del que entresacamos algunos párrafos:
Ciudad del agua pudo, justificadamente, llamarse en otro tiempo a Granada. Abundantísima en agua de ríos y fuentes la dice Mármol. En la época de esplendor del reino nazarí, costosísimas obras la llevaban a lo alto de los cerros, por los que se extendía la población, a la Alcazaba, al Albaicín y a la Alhambra, y, desde ellos, deslizándose por sus pendientes, procurándoles vegetación y frescor, repartíase en infinidad de conducciones por casas y cármenes. La misma agua corría en innumerables fuentes situadas a distinto nivel: después de haber cruzado los jardines encantados, poblados de naranjos, de limoneros, de cipreses y plantas trepadoras, perfumados por los jazmines y geranios, seguía a refrescar la ciudad.
"El agua discurre por los suelos de las casas como lo hace a través de la ciudad; no hay mezquita ni vivienda en la que falte; hasta una torre del palacio de la Alhambra, en su piso más elevado, tiene una fuente", dice de Granada Al-Omari, escritor árabe de la primera mitad del siglo XIV. "Cada casa tiene su fuente” repite Antonio de Lalaing, señor de Montigny, visitando la ciudad de la Alhambra en 1502, diez años después de la Conquista.
Desde el siglo XVI al XVIII no hubo casa de alguna importancia en Granada que no tuviera su "pilar" en el patío. Con finos relieves y molduración sobria al principio, más tarde ostentan pináculos y cierta sequedad de ornato, adquiriendo, por último, una bella pompa barroca. Escudos, cascos y cimeras, ornatos muy variados, suelen verse en sus frentes. El más famoso de todos ellos es el llamado pilar de Carlos V, en la Alhambra, mandado construir por el conde de Tendilla, cuya traza hizo Pedro Machuca en 1545, habiendo ejecutado las esculturas Nicolao de Corte. Otro hubo, monumental, en la Plaza Nueva, levantado también en el siglo XVI, y destruido en el XIX. El del Toro, en la calle de Elvira, contemporáneo de éste, ha sido desfigurado recientemente.
Estos pilares granadinos van desapareciendo con las casas viejas, viviendas de una sola familia, destruidas para levantar otras mezquinas e incómodas, destinadas a habitación de varios vecinos. Cada día puede decirse que se calla una fuente en la ciudad. Dentro de poco tiempo es posible que toda el agua de Granada se administre con grifo y contador, corriendo oculta y silenciosa.
Acompañaba su magnífico trabajo historiográfico con una interesante serie de fotografías de algunas de las fuentes más importantes de la Alhambra y de la ciudad, pero también de alguno de los pilares y jardines granadinos. ¿Sería alguno de estos los que se presentaran a concurso? No lo sabemos pero por lo menos aquí ha quedado su memoria.
Si más arriba hablábamos de Juan Ramón Jiménez, no podríamos cerrar este breve texto sin acudir a Federico García Lorca que en su Poema del Cante Jondo nos dejaba esta maravillosa experiencia del sentir y de ser del granadino en su patio, en su jardín, acompañado del ronroneo del agua, los cantos de los pájaros y el mecido de un ciprés.
Amparo,
¡qué sola estás en tu casa
vestida de blanco!
(Ecuador entre el jazmín
y el nardo.)
Oyes los maravillosos
surtidores de tu patio,
y el débil trino amarillo
del canario.
Por la tarde ves temblar
los cipreses con los pájaros.
mientras bordas lentamente
letras sobre el cañamazo.
Amparo,
¡qué sola estás en tu casa
Vestida de blanco!
Amparo,
¡y qué difícil decirte:
Yo te amo!
José Vallejo Prieto
BLOG INTERESANTE A CONSULTAR
https://pilonesdegranada.blogspot.com/
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
GARCÍA POSADA, Miguel. Federico García Lorca, obras completas. Barcelona, 1998
JIMÉNEZ, Juan Ramón. Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.
RODRIGO, Antonina. Federico García Lorca y Manuel Ángeles Ortiz, memorias de Granada. Jaén, 2009.
EL DEFENSOR DE GRANADA (1928-1931) - Hemeroteca Casa de los Tiros
REVISTA
ARQUITECTURA (MADRID) (1923-1929) - BNE





